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El etiquetado de los productos de la cesta de la compra se ha ido configurando como una herramienta básica para que los ciudadanos europeos estén en condiciones de elegir alimentos saludables y sostenibles, respondiendo a los planteamientos de la Unión Europea en materia de salud pública, sostenibilidad y protección del consumidor.
En pocos años, las etiquetas de los productos de alimentación han pasado de informar al consumidor únicamente de los ingredientes del producto y de su periodo de vida útil, a ofrecer también información nutricional, sobre el origen del alimento en cuestión e incluso su método de producción. El último paso en este camino de información cada vez más demandada para orientar el acto de compra a través del etiquetado es la búsqueda de información sobre la sostenibilidad del producto, incluyendo aquí su impacto ambiental, junto al origen, la trazabilidad y la composición de sus ingredientes.
Pero, ¿qué información específica busca el consumidor desde el punto de vista de la sostenibilidad? Idealmente, un consumidor consciente e informado, a la vez que concernido por los importantes retos medioambientales que afronta globalmente nuestro planeta, querrá valorar el impacto ambiental del producto (referido al consumo de recursos en su ciclo de vida, la generación de residuos, sus emisiones, etc.); y, en positivo, buscará también los posibles beneficios para el medio ambiente del producto (alimento o bebida) y/o de su envase o packaging, como la utilización de materiales reciclados, reciclables o compostables.
¿Qué papel juega el etiquetado en el consumo de productos sostenibles?
Las etiquetas con información sobre la sostenibilidad del producto y su proceso de producción y comercialización empoderan al consumidor al ofrecerle la posibilidad de elegir productos que minimicen su impacto ambiental.
El reconocimiento de las “ecoetiquetas” puede ser una ventaja competitiva para las empresas alimentarias, lo que puede impulsarlas además a introducir en sus procesos de producción mejoras en sus prácticas de sostenibilidad, generando un “círculo virtuoso” que enriquecería su expediente medioambiental.
Estas etiquetas pueden ayudar a introducir transparencia en el mercado si ofrecen información verificable sobre el comportamiento ambiental de los productos, lo que sin duda fomenta la confianza del consumidor. Además, este aumento de confianza y credibilidad puede generar un aumento de la intención de compra, si el consumidor asume el compromiso medioambiental de la empresa fabricante o comercializadora.
En todo caso, hay factores que van a moderar la visión positiva del consumidor: factores demográficos como la edad, el nivel educativo y el nivel de ingresos influyen significativamente en el comportamiento ante etiquetados medioambientales, así como el diseño y el nivel y pertinencia de la información de la etiqueta.
La sensibilidad al precio es otro factor esencial. Si bien los consumidores pueden preferir las ecoetiquetas, el diferencial de precios con productos sin esa referencia medioambiental puede disuadir la compra, incluso de productos de certificación ecológica.
A la hora de valorar el etiquetado de un producto, hay distintos aspectos a tener en cuenta. Por una parte, que la etiqueta esté basada en un estándar reconocido y confiable, y que exista un sistema de acreditación para garantizar la fiabilidad y transparencia en el proceso de verificación. Y por otra, que el etiquetado esté referido a todo el ciclo de vida del producto y contenga la información pertinente para permitir la comparación entre productos similares.
Datos divergentes sobre el comportamiento del consumidor
Los estudios ShopperView sobre sostenibilidad realizados por AECOC reflejan que entre 39% y el 44% de los hogares han dejado de adquirir productos de marcas que consideran no sostenibles, que el 41% compra más productos de proximidad/kilómetro 0, y que el 29% escoge los ecológicos.
El estudio de AECOC apunta a la creciente importancia del factor medioambiental como elemento decisivo a la hora de hacer la compra. Sin embargo, los españoles siguen dando prioridad a los factores básicos de compra, como el producto en sí, sus beneficios y, sobre todo, el precio, como se apuntaba anteriormente. Alrededor del 58% de los encuestados señaló que estos elementos son los más importantes en su decisión final.
Por su parte, una encuesta de OCU realizada en 2024 refleja que el 88% de los consumidores considera útil que los productos ofrezcan información medioambiental; y un 60% contestaron que prefieren comprar un producto con etiqueta medioambiental. Es más, el 43% estaría dispuesto a pagar más por un producto o servicio con una alegación o etiqueta medioambiental verificada. Pero solo el 5% dice estar bien informado de los requisitos existentes para que un producto pueda destacarse como verde o lucir ecoetiquetas.
Y según un estudio de Comillas ICADE (2021), los españoles no tienen en cuenta los atributos sociales y ambientales del producto a la hora de elegir una marca. Los consumidores apenas consultan la información que proporciona el etiquetado de los productos: aproximadamente un 70% de la muestra consulta, como mucho, la fecha de caducidad y la información nutricional de los productos. Únicamente 2 de cada 10 dicen leer atentamente la información proporcionada en el etiquetado. Las mujeres, los asociados a organizaciones sociales, de estudios avanzados y los de mediana edad tienen un comportamiento más activo respecto al etiquetado que los demás grupos.
Las razones para no consultar la información son, fundamentalmente, la falta de tiempo y la escasa utilidad que reporta esa información al consumidor. La dificultad para comprender es un obstáculo importante para el segmento de mayor edad, menor nivel de estudios y para los que van a la compra con mayor frecuencia.
Europa sigue buscando un etiquetado medioambiental
La FAO define un sistema alimentario sostenible como «aquel que garantiza la seguridad alimentaria y la nutrición de todas las personas de tal forma que no se pongan en riesgo las bases económicas, sociales y ambientales de estas para las futuras generaciones». Esto significa que siempre es rentable, garantizando la sostenibilidad económica; que ofrece amplios beneficios para la sociedad, asegurando la sostenibilidad social; y que tiene un efecto positivo o neutro en los recursos naturales, salvaguardando la sostenibilidad del medio ambiente.
Y entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el Objetivo 12 pretende garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles, algo fundamental para sostener los medios de subsistencia de las generaciones actuales y futuras.
Con este marco, la Estrategia “De la granja a la mesa” lanzada en 2020 por el Ejecutivo comunitario, ya recoge que “la Comisión también estudiará métodos para armonizar las declaraciones ecológicas voluntarias y crear un marco de etiquetado sostenible que abarque, en sinergia con otras iniciativas pertinentes, los aspectos nutricional, climático, medioambiental y social de los productos alimentarios”.
Y en esa dirección, un dictamen del Comité Económico y Social Europeo (CESE) publicado en febrero de 2023, acoge con satisfacción la iniciativa de la Comisión Europea de establecer un marco jurídico para unos sistemas alimentarios sostenibles que, entre otros elementos, incluya también normas sobre el etiquetado de sostenibilidad de los alimentos. Para el CESE, es evidente la necesidad de regulación y de un cierto nivel de normalización y armonización para garantizar la credibilidad y la competencia en igualdad de condiciones.
El CESE recomienda establecer un marco de etiquetado de la sostenibilidad de los alimentos transparente, con base científica y lo más sencillo y pragmático posible, que ayude a los agentes económicos a evaluar y mejorar la sostenibilidad de los productos y, al mismo tiempo, proporcione a los consumidores información útil para que tomen su decisión de compra con conocimiento de causa.
La Comisión Europea tiene claro que los consumidores necesitan que las alegaciones medioambientales sean fiables, comparables y verificables, dado que un estudio del Ejecutivo presidido por Ursula von der Leyen de 2020 destacó que el 53,3% de las declaraciones medioambientales revisadas en la UE resultaron ser “vagas, engañosas o infundadas” y el 40% “no estaban fundamentadas”.
En la consulta celebrada para la evaluación inicial de impacto de la Propuesta de Directiva del Parlamento Europeo y del Consejo relativa a la justificación y comunicación de alegaciones medioambientales explícitas (Directiva sobre alegaciones ecológicas), las partes interesadas de la mayoría de los grupos también señalaron la proliferación de etiquetas y logotipos de sostenibilidad como un problema importante y persistente en toda la UE.
De hecho, el mayor directorio mundial de ecoetiquetas, Ecolabel Index, rastrea actualmente 456 ecoetiquetas en 199 países y 25 sectores industriales. Y solo en la Unión Europea hay 230 etiquetas de sostenibilidad y 100 etiquetas de energía verde.
Con todo esto sobre la mesa, lo cierto es que Bruselas no ha cerrado a día de hoy una normativa reguladora del etiquetado medioambiental de los productos alimentarios comercializados en la Unión Europea. Un informe encargado por la Comisión Europea en 2011 ya establecía la posibilidad de extender la Etiqueta Ecológica de la UE a los productos alimenticios, piensos y bebidas, en concreto a yogur y queso, pan, bebidas no alcohólicas y pescado procesado. Evidentemente, nunca se llegó a implantar.
Y en 2023, la entonces comisaria Stella Kyriakides respondió a una pregunta parlamentaria que “la Comisión está trabajando actualmente en una propuesta para un marco de etiquetado de sostenibilidad. El objetivo del marco sería empoderar a los consumidores para que elijan alimentos sostenibles y estimular la demanda de alimentos sostenibles por parte de los consumidores, así como incentivar a los operadores de empresas alimentarias a mejorar progresivamente la sostenibilidad de sus productos alimenticios”.
En este sentido, la Comisión Europea trabajó en 2024 una propuesta de Directiva del Parlamento Europeo y el Consejo para establecer “un paquete de nuevas medidas aplicadas en el ámbito de la clasificación y etiquetado de productos alimentarios según la sostenibilidad de su producción”, y el informe especial “Etiquetado de los alimentos en la UE”, realizado por el Tribunal de Cuentas Europeo en 2024 indica que la constante evolución de las prácticas de etiquetado de las empresas alimentarias (etiquetas, declaraciones, imágenes, eslóganes publicitarios, etc.) añade complejidad para los consumidores.
El órgano auditor europeo reflejó en su informe que las autoridades de los Estados miembros destacaron prácticas que podían ser confusas o inducir a error, y que las normas y directrices de la UE no proporcionan una base suficientemente clara para evitarlas. Las empresas alimentarias también utilizan en los productos multitud de alegaciones medioambientales que, cuando no están fundamentadas, exponen a los consumidores al “blanqueo ecológico”.
Para finalizar, hay que recordar que la UE estableció en 1992 la etiqueta ecológica de la UE o “Ecolabel”, que no se aplica a los sectores agroalimentarios y que se utiliza en una amplia gama de sectores, tanto para productos como para servicios, para indicar que cumplen criterios de sostenibilidad y tienen un bajo impacto ambiental. Algunos de los sectores más comunes son productos de limpieza e higiene, productos de papel y textiles, equipos eléctricos y electrónicos y alojamientos turísticos.
A partir de 2010 se empiezan a recoger datos sobre el número de productos y servicios que disponen de este distintivo, y desde entonces la tendencia de crecimiento es constante hasta llegar en septiembre de este año a 109.096 productos (bienes y servicios) en el mercado de la UE a los que se les ha otorgado la etiqueta.
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Actualidad
Etiquetado y sostenibilidad.
¿Qué quiere saber el consumidor?
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A paragraph is a self-contained unit of a discourse in writing dealing with a particular point or idea. Paragraphs are usually an expected part of formal writing, used to organize longer prose.
José Manuel Alvarez
17/11/2025
El etiquetado de los productos de la cesta de la compra se ha ido configurando como una herramienta básica para que los ciudadanos europeos estén en condiciones de elegir alimentos saludables y sostenibles, respondiendo a los planteamientos de la Unión Europea en materia de salud pública, sostenibilidad y protección del consumidor.
En pocos años, las etiquetas de los productos de alimentación han pasado de informar al consumidor únicamente de los ingredientes del producto y de su periodo de vida útil, a ofrecer también información nutricional, sobre el origen del alimento en cuestión e incluso su método de producción. El último paso en este camino de información cada vez más demandada para orientar el acto de compra a través del etiquetado es la búsqueda de información sobre la sostenibilidad del producto, incluyendo aquí su impacto ambiental, junto al origen, la trazabilidad y la composición de sus ingredientes.
Pero, ¿qué información específica busca el consumidor desde el punto de vista de la sostenibilidad? Idealmente, un consumidor consciente e informado, a la vez que concernido por los importantes retos medioambientales que afronta globalmente nuestro planeta, querrá valorar el impacto ambiental del producto (referido al consumo de recursos en su ciclo de vida, la generación de residuos, sus emisiones, etc.); y, en positivo, buscará también los posibles beneficios para el medio ambiente del producto (alimento o bebida) y/o de su envase o packaging, como la utilización de materiales reciclados, reciclables o compostables.
¿Qué papel juega el etiquetado en el consumo de productos sostenibles?
Las etiquetas con información sobre la sostenibilidad del producto y su proceso de producción y comercialización empoderan al consumidor al ofrecerle la posibilidad de elegir productos que minimicen su impacto ambiental.
El reconocimiento de las “ecoetiquetas” puede ser una ventaja competitiva para las empresas alimentarias, lo que puede impulsarlas además a introducir en sus procesos de producción mejoras en sus prácticas de sostenibilidad, generando un “círculo virtuoso” que enriquecería su expediente medioambiental.
Estas etiquetas pueden ayudar a introducir transparencia en el mercado si ofrecen información verificable sobre el comportamiento ambiental de los productos, lo que sin duda fomenta la confianza del consumidor. Además, este aumento de confianza y credibilidad puede generar un aumento de la intención de compra, si el consumidor asume el compromiso medioambiental de la empresa fabricante o comercializadora.
En todo caso, hay factores que van a moderar la visión positiva del consumidor: factores demográficos como la edad, el nivel educativo y el nivel de ingresos influyen significativamente en el comportamiento ante etiquetados medioambientales, así como el diseño y el nivel y pertinencia de la información de la etiqueta.
La sensibilidad al precio es otro factor esencial. Si bien los consumidores pueden preferir las ecoetiquetas, el diferencial de precios con productos sin esa referencia medioambiental puede disuadir la compra, incluso de productos de certificación ecológica.
A la hora de valorar el etiquetado de un producto, hay distintos aspectos a tener en cuenta. Por una parte, que la etiqueta esté basada en un estándar reconocido y confiable, y que exista un sistema de acreditación para garantizar la fiabilidad y transparencia en el proceso de verificación. Y por otra, que el etiquetado esté referido a todo el ciclo de vida del producto y contenga la información pertinente para permitir la comparación entre productos similares.
Datos divergentes sobre el comportamiento del consumidor
Los estudios ShopperView sobre sostenibilidad realizados por AECOC reflejan que entre 39% y el 44% de los hogares han dejado de adquirir productos de marcas que consideran no sostenibles, que el 41% compra más productos de proximidad/kilómetro 0, y que el 29% escoge los ecológicos.
El estudio de AECOC apunta a la creciente importancia del factor medioambiental como elemento decisivo a la hora de hacer la compra. Sin embargo, los españoles siguen dando prioridad a los factores básicos de compra, como el producto en sí, sus beneficios y, sobre todo, el precio, como se apuntaba anteriormente. Alrededor del 58% de los encuestados señaló que estos elementos son los más importantes en su decisión final.
Por su parte, una encuesta de OCU realizada en 2024 refleja que el 88% de los consumidores considera útil que los productos ofrezcan información medioambiental; y un 60% contestaron que prefieren comprar un producto con etiqueta medioambiental. Es más, el 43% estaría dispuesto a pagar más por un producto o servicio con una alegación o etiqueta medioambiental verificada. Pero solo el 5% dice estar bien informado de los requisitos existentes para que un producto pueda destacarse como verde o lucir ecoetiquetas.
Y según un estudio de Comillas ICADE (2021), los españoles no tienen en cuenta los atributos sociales y ambientales del producto a la hora de elegir una marca. Los consumidores apenas consultan la información que proporciona el etiquetado de los productos: aproximadamente un 70% de la muestra consulta, como mucho, la fecha de caducidad y la información nutricional de los productos. Únicamente 2 de cada 10 dicen leer atentamente la información proporcionada en el etiquetado. Las mujeres, los asociados a organizaciones sociales, de estudios avanzados y los de mediana edad tienen un comportamiento más activo respecto al etiquetado que los demás grupos.
Las razones para no consultar la información son, fundamentalmente, la falta de tiempo y la escasa utilidad que reporta esa información al consumidor. La dificultad para comprender es un obstáculo importante para el segmento de mayor edad, menor nivel de estudios y para los que van a la compra con mayor frecuencia.
Europa sigue buscando un etiquetado medioambiental
La FAO define un sistema alimentario sostenible como «aquel que garantiza la seguridad alimentaria y la nutrición de todas las personas de tal forma que no se pongan en riesgo las bases económicas, sociales y ambientales de estas para las futuras generaciones». Esto significa que siempre es rentable, garantizando la sostenibilidad económica; que ofrece amplios beneficios para la sociedad, asegurando la sostenibilidad social; y que tiene un efecto positivo o neutro en los recursos naturales, salvaguardando la sostenibilidad del medio ambiente.
Y entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el Objetivo 12 pretende garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles, algo fundamental para sostener los medios de subsistencia de las generaciones actuales y futuras.
Con este marco, la Estrategia “De la granja a la mesa” lanzada en 2020 por el Ejecutivo comunitario, ya recoge que “la Comisión también estudiará métodos para armonizar las declaraciones ecológicas voluntarias y crear un marco de etiquetado sostenible que abarque, en sinergia con otras iniciativas pertinentes, los aspectos nutricional, climático, medioambiental y social de los productos alimentarios”.
Y en esa dirección, un dictamen del Comité Económico y Social Europeo (CESE) publicado en febrero de 2023, acoge con satisfacción la iniciativa de la Comisión Europea de establecer un marco jurídico para unos sistemas alimentarios sostenibles que, entre otros elementos, incluya también normas sobre el etiquetado de sostenibilidad de los alimentos. Para el CESE, es evidente la necesidad de regulación y de un cierto nivel de normalización y armonización para garantizar la credibilidad y la competencia en igualdad de condiciones.
El CESE recomienda establecer un marco de etiquetado de la sostenibilidad de los alimentos transparente, con base científica y lo más sencillo y pragmático posible, que ayude a los agentes económicos a evaluar y mejorar la sostenibilidad de los productos y, al mismo tiempo, proporcione a los consumidores información útil para que tomen su decisión de compra con conocimiento de causa.
La Comisión Europea tiene claro que los consumidores necesitan que las alegaciones medioambientales sean fiables, comparables y verificables, dado que un estudio del Ejecutivo presidido por Ursula von der Leyen de 2020 destacó que el 53,3% de las declaraciones medioambientales revisadas en la UE resultaron ser “vagas, engañosas o infundadas” y el 40% “no estaban fundamentadas”.
En la consulta celebrada para la evaluación inicial de impacto de la Propuesta de Directiva del Parlamento Europeo y del Consejo relativa a la justificación y comunicación de alegaciones medioambientales explícitas (Directiva sobre alegaciones ecológicas), las partes interesadas de la mayoría de los grupos también señalaron la proliferación de etiquetas y logotipos de sostenibilidad como un problema importante y persistente en toda la UE.
De hecho, el mayor directorio mundial de ecoetiquetas, Ecolabel Index, rastrea actualmente 456 ecoetiquetas en 199 países y 25 sectores industriales. Y solo en la Unión Europea hay 230 etiquetas de sostenibilidad y 100 etiquetas de energía verde.
Con todo esto sobre la mesa, lo cierto es que Bruselas no ha cerrado a día de hoy una normativa reguladora del etiquetado medioambiental de los productos alimentarios comercializados en la Unión Europea. Un informe encargado por la Comisión Europea en 2011 ya establecía la posibilidad de extender la Etiqueta Ecológica de la UE a los productos alimenticios, piensos y bebidas, en concreto a yogur y queso, pan, bebidas no alcohólicas y pescado procesado. Evidentemente, nunca se llegó a implantar.
Y en 2023, la entonces comisaria Stella Kyriakides respondió a una pregunta parlamentaria que “la Comisión está trabajando actualmente en una propuesta para un marco de etiquetado de sostenibilidad. El objetivo del marco sería empoderar a los consumidores para que elijan alimentos sostenibles y estimular la demanda de alimentos sostenibles por parte de los consumidores, así como incentivar a los operadores de empresas alimentarias a mejorar progresivamente la sostenibilidad de sus productos alimenticios”.
En este sentido, la Comisión Europea trabajó en 2024 una propuesta de Directiva del Parlamento Europeo y el Consejo para establecer “un paquete de nuevas medidas aplicadas en el ámbito de la clasificación y etiquetado de productos alimentarios según la sostenibilidad de su producción”, y el informe especial “Etiquetado de los alimentos en la UE”, realizado por el Tribunal de Cuentas Europeo en 2024 indica que la constante evolución de las prácticas de etiquetado de las empresas alimentarias (etiquetas, declaraciones, imágenes, eslóganes publicitarios, etc.) añade complejidad para los consumidores.
El órgano auditor europeo reflejó en su informe que las autoridades de los Estados miembros destacaron prácticas que podían ser confusas o inducir a error, y que las normas y directrices de la UE no proporcionan una base suficientemente clara para evitarlas. Las empresas alimentarias también utilizan en los productos multitud de alegaciones medioambientales que, cuando no están fundamentadas, exponen a los consumidores al “blanqueo ecológico”.
Para finalizar, hay que recordar que la UE estableció en 1992 la etiqueta ecológica de la UE o “Ecolabel”, que no se aplica a los sectores agroalimentarios y que se utiliza en una amplia gama de sectores, tanto para productos como para servicios, para indicar que cumplen criterios de sostenibilidad y tienen un bajo impacto ambiental. Algunos de los sectores más comunes son productos de limpieza e higiene, productos de papel y textiles, equipos eléctricos y electrónicos y alojamientos turísticos.
A partir de 2010 se empiezan a recoger datos sobre el número de productos y servicios que disponen de este distintivo, y desde entonces la tendencia de crecimiento es constante hasta llegar en septiembre de este año a 109.096 productos (bienes y servicios) en el mercado de la UE a los que se les ha otorgado la etiqueta.
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