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La microbiota está de moda y el microbioma también. La diferencia es que la primera la vinculamos al cuerpo humano porque su equilibrio ayuda a mantener la salud, mientras que el segundo cumple la misma función, pero en el suelo. Ambos están compuestos por bacterias, virus, hongos,... y en el caso del microbioma, también se pueden añadir algas o nematodos.

 

Según el informe "Estado del conocimiento sobre la biodiversidad del suelo. Situación, desafíos y potencialidades" publicado en 2021 por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, los organismos que afectan al suelo se pueden agrupar en varias  categorías: microorganismos (bacterias, hongos), microfauna (protozoarios y nematodos), mesofauna (ácaros) y macrofauna o megafauna (lombrices, hormigas, etc).

 

¿Por qué se habla ahora tanto del microbioma?

 

Porque confluyen diferentes factores. Uno de ellos es la relevancia que ha cobrado la sostenibilidad a todos los niveles, también a la hora de cuidar el suelo, reduciendo la aportación de químicos para su alimentación. “El microbioma ha cobrado mucha importancia en las últimas décadas. Nos estamos dando cuenta de que los microorganismos están en todo, sea en el intestino o en el suelo. La revolución verde se basó en añadir insumos a la tierra, pero ahora ese desarrollo se está adaptando y se apuesta mantener y mejorar la salud del suelo, porque sean los suelos los que modifiquen y generen sus propios nutrientes. Es decir, un suelo sano, con un alto contenido en materia orgánica y una diversidad de organismos, es capaz de regular un ciclo eficiente de nutrientes, mejorar la estructura del suelo y por tanto también una buena regulación hídrica”, explica la investigadora Ramón y Cajal de Aula Dei-CSIC de Zaragoza, Laura Martínez García.

 

Asimismo, prácticas propias de la agricultura de conservación, como el mínimo laboreo, la siembra directa sobre rastrojos o el mantenimiento de cubiertas vegetales vienen demostrando que, además de ahorrar costes de producción en algunos casos (agua, gasoil, horas de labranza, etc), también se mejora la calidad del suelo.

 

A ello, hay que añadir que, según señala el citado informe de la FAO, en los últimos años se ha impulsado y generado un mayor conocimiento científico sobre la biodiversidad del suelo a través de la “Iniciativa Internacional para la Conservación y Utilización Sostenible de la Diversidad Biológica de los Suelos” de 2002; el establecimiento de la “Iniciativa Global sobre la Biodiversidad del Suelo” en 2011; la “Alianza Mundial Sobre los Suelos” en 2012 o el “Atlas Mundial de la Biodiversidad del Suelo” publicado por la Comisión Europea en 2016.

 

Aunque quizá lo más novedoso es la directiva que está ultimando la Unión Europea denominada “Ley de Vigilancia del suelo” cuyo principal objetivo es ”conseguir que los suelos de la Unión Europea estén en un estado saludable en el año 2050”.

 

Situación de los suelos

 

“El suelo es algo muy variable y no es lo mismo hablar del suelo en un contexto europeo que en uno regional”, explica el vicedirector del CEBAS-CSIC de Murcia, Felipe Bastida, quien lleva a cabo sus investigaciones dentro del Departamento de Conservación de Suelos Agua y Manejo de Residuos Orgánicos.

 

“En general, los suelos en Europa están muy degradados, hay cifras que hablan de entre el 60 y el 70%. Las zonas áridas o semiáridas tienen mayor riesgo de degradación por la erosión. Y también hay que tener en cuenta factores como el cambio climático. Por ejemplo, las tormentas se llevan la primera capa superficial del suelo, que es donde están los nutrientes, y entonces se empobrecen bastante” apunta Martínez García desde el Aula Dei-CSIC de Zaragoza. A lo que Bastida añade: “Hay fenómenos como la DANA de Valencia que afectó mucho al suelo, porque desapareció la capa que ha tardado años en formarse. El cambio climático provocará suelos más secos, más áridos. En este sentido, la situación de España es frágil”.

 

¿Y cómo se mide la calidad de los suelos? Según Laura Martínez esta es otra cuestión que sigue abierta porque no se han decidido cuáles tienen que ser sus parámetros. “En mi opinión, más que tener en cuenta unos índices como la cantidad de carbono,  la biomasa y la actividad, una buena forma de saber la salud de un suelo sería ver las funciones que promueve o servicios ecosistémicos, ya que los índices de calidad pueden variar mucho en función de las condiciones edafoclimáticas. En este sentido, la Ley de Vigilancia del Suelo será importante porque sistematizará la monitorización de la calidad de los suelos que hoy es algo muy ambiguo”.

 

La importancia del manejo

 

Si los suelos son tan complejos y al mismo tiempo, determinar su salud tampoco es sencillo, ¿Que se puede hacer para mejorar el microbioma de la tierra? Los dos investigadores del CSIC consultados coinciden en que, de momento, lo mejor es realizar un correcto manejo del suelo.

 

“Un suelo mal manejado no es productivo. En los últimos años percibimos que los agricultores tienen un mayor conocimiento y tratan con mayor respeto al suelo, saben que no es renovable y que de él depende su producción agraria. El manejo tiene que ser más sostenible: con labores poco agresivas para que el suelo sea más un sumidero de carbono que un emisor”, señala Bastida.

 

Por su parte, Martínez García concreta: “No todo vale para todo, por ello soy más partidaria de trabajar con los agricultores a nivel local o regional, para aplicar medidas locales, más que de aplicar soluciones generalistas”, y a continuación enumera una serie de acciones que se pueden combinar en los suelos como: añadir materia orgánica o dejar residuos de cosecha para que se incorporen a la tierra; disminuir los barbechos y apostar por cultivos con cubierta; realizar el mínimo laboreo; rotar cultivos con leguminosas que aportan más nitrógeno a la tierra... “Todas estas prácticas no sólo sirven para mantener bien el suelo, sino que les hacen ser más resilientes al cambio climático. Con una mejor estructura, el suelo aguanta mejor la sequía y va a retener mejor el agua, dos requisitos imprescindibles para afrontar las condiciones del cambio climático”, concluye la investigadora.

 

Asimismo, Felipe Bastida también señala que otra posibilidad para beneficiar la regeneración del suelo es incorporar fertilización orgánica.

 

¿Y los bioestimulantes?

 

La preocupación por la sostenibilidad y salud del suelo, junto a la tendencia a reducir la aplicación de fertilizantes químicos, ha llevado a que muchas empresas pongan a disposición del agricultor un amplio abanico de soluciones bajo un paraguas denominado “bioestimulantes” cuyo objetivo es  beneficiar la tierra y, por tanto, a los cultivos.

 

“Bajo este término parece que se ha creado un 'cajón de sastre' en el que entran muchas moléculas muy diferentes”, afirma Francisco Márquez, doctor ingeniero agrónomo y profesor del Área de mecanización agraria de a Escuela de Agrónomos de Córdoba.

 

Según explica, los bioestimulantes son unas moléculas que benefician a la planta modificando su actividad metabólica. Esto se puede conseguir con diferentes organismos: bacterias, nutrientes, microalgas, y las plantas los pueden adquirir a través de las hojas, de las raíces, del suelo... Usar unos u otros bioestimulantes va a depender de la planta, del suelo, del clima y de los objetivos que se quieran conseguir.

 

Para entenderlo de una forma sencilla, Márquez hace un símil con los humanos: los fertilizantes tradicionales alimentan a la plantas con nitrógeno, fósforo y potasio, garantizan una nutrición básica, como el pan para los humanos. Los bioestimulantes son como los complejos vitamínicos y minerales que se dirigen a paliar las microcarencias.

 

Por ello, el uso y aplicación de los bioestimulantes dependen de muchos factores y si no se tienen todos en cuenta, pueden ser hasta contraproducentes. “Si aplicas un bioestimulante para activar el metabolismo de la planta y potenciar su desarrollo, crecimiento y una mayor biomasa, no lo puedes realizar en una época de sequía, porque entonces conseguirás el efecto contrario y perjudicarás a la planta. En épocas de falta de agua se podrá apostar, por ejemplo, por bioestimulantes que reduzcan su estrés hídrico”, argumenta Márquez.

 

El ingeniero agrónomo afirma que la variedad de bioestimulantes es muy amplia y aunque él lleva aplicándolas desde hace más de 15 años, su proliferación en el mercado y el conocimiento por parte del agricultor se ha disparado en el último lustro.

 

“Sabemos que hay bioestimulantes que funcionan en unos suelos y en unas condiciones, pero en otras no”, concluye Felipe Bastida del CEBAS-CSIC, quien resume: “Para mejorar el microbioma del suelo hay dos vías: el manejo de la tierra y la biotecnología. Es un área muy prometedora en la que queda mucho por hacer”.

 

Salud del suelo, salud global

 

Siguiendo la teoría One Health, que también impulsa la ONU, la salud del suelo y el mantenimiento de su biodiversidad es clave para la salud humana, tanto directa como indirectamente. Los suelos saludables ayudan reforzar las defensas de las plantas y a mitigar el riegos de enfermedades que pueden transmitir los alimentos.

 

Hay bacterias y hongos obtenidas del suelo que se han utilizado tradicionalmente en la fabricación de alimentos, como es el caso de Lactobacillus, Lactococcus y otros géneros en los probióticos. Además, la pérdida de biodiversidad de los suelos podría limitar la capacidad de la industria farmacéutica para desarrollar nuevos antibióticos  y hacer frente a enfermedades infecciosas.

 

Por todo ello, mantener los suelos vivos y sanos va a ser una prioridad cada vez más marcada que, con el tiempo, beneficiará a los cultivos, a los agricultores y a la sociedad en general.

 

2/06/25 7:38
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El microbioma, ese ecosistema invisible que hay que cuidar

Preservar la salud del suelo y de sus microorganismos es una tendencia que se va a imponer en el campo

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Agricultura, Innovación y desarrollo, Sostenibilidad y medio ambiente

WC - Comunidad - Autor - Fecha

Plumed Lucas

02/06/2025

5 minutos
de lectura
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La microbiota está de moda y el microbioma también. La diferencia es que la primera la vinculamos al cuerpo humano porque su equilibrio ayuda a mantener la salud, mientras que el segundo cumple la misma función, pero en el suelo. Ambos están compuestos por bacterias, virus, hongos,... y en el caso del microbioma, también se pueden añadir algas o nematodos.

 

Según el informe "Estado del conocimiento sobre la biodiversidad del suelo. Situación, desafíos y potencialidades" publicado en 2021 por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, los organismos que afectan al suelo se pueden agrupar en varias  categorías: microorganismos (bacterias, hongos), microfauna (protozoarios y nematodos), mesofauna (ácaros) y macrofauna o megafauna (lombrices, hormigas, etc).

 

¿Por qué se habla ahora tanto del microbioma?

 

Porque confluyen diferentes factores. Uno de ellos es la relevancia que ha cobrado la sostenibilidad a todos los niveles, también a la hora de cuidar el suelo, reduciendo la aportación de químicos para su alimentación. “El microbioma ha cobrado mucha importancia en las últimas décadas. Nos estamos dando cuenta de que los microorganismos están en todo, sea en el intestino o en el suelo. La revolución verde se basó en añadir insumos a la tierra, pero ahora ese desarrollo se está adaptando y se apuesta mantener y mejorar la salud del suelo, porque sean los suelos los que modifiquen y generen sus propios nutrientes. Es decir, un suelo sano, con un alto contenido en materia orgánica y una diversidad de organismos, es capaz de regular un ciclo eficiente de nutrientes, mejorar la estructura del suelo y por tanto también una buena regulación hídrica”, explica la investigadora Ramón y Cajal de Aula Dei-CSIC de Zaragoza, Laura Martínez García.

 

Asimismo, prácticas propias de la agricultura de conservación, como el mínimo laboreo, la siembra directa sobre rastrojos o el mantenimiento de cubiertas vegetales vienen demostrando que, además de ahorrar costes de producción en algunos casos (agua, gasoil, horas de labranza, etc), también se mejora la calidad del suelo.

 

A ello, hay que añadir que, según señala el citado informe de la FAO, en los últimos años se ha impulsado y generado un mayor conocimiento científico sobre la biodiversidad del suelo a través de la “Iniciativa Internacional para la Conservación y Utilización Sostenible de la Diversidad Biológica de los Suelos” de 2002; el establecimiento de la “Iniciativa Global sobre la Biodiversidad del Suelo” en 2011; la “Alianza Mundial Sobre los Suelos” en 2012 o el “Atlas Mundial de la Biodiversidad del Suelo” publicado por la Comisión Europea en 2016.

 

Aunque quizá lo más novedoso es la directiva que está ultimando la Unión Europea denominada “Ley de Vigilancia del suelo” cuyo principal objetivo es ”conseguir que los suelos de la Unión Europea estén en un estado saludable en el año 2050”.

 

Situación de los suelos

 

“El suelo es algo muy variable y no es lo mismo hablar del suelo en un contexto europeo que en uno regional”, explica el vicedirector del CEBAS-CSIC de Murcia, Felipe Bastida, quien lleva a cabo sus investigaciones dentro del Departamento de Conservación de Suelos Agua y Manejo de Residuos Orgánicos.

 

“En general, los suelos en Europa están muy degradados, hay cifras que hablan de entre el 60 y el 70%. Las zonas áridas o semiáridas tienen mayor riesgo de degradación por la erosión. Y también hay que tener en cuenta factores como el cambio climático. Por ejemplo, las tormentas se llevan la primera capa superficial del suelo, que es donde están los nutrientes, y entonces se empobrecen bastante” apunta Martínez García desde el Aula Dei-CSIC de Zaragoza. A lo que Bastida añade: “Hay fenómenos como la DANA de Valencia que afectó mucho al suelo, porque desapareció la capa que ha tardado años en formarse. El cambio climático provocará suelos más secos, más áridos. En este sentido, la situación de España es frágil”.

 

¿Y cómo se mide la calidad de los suelos? Según Laura Martínez esta es otra cuestión que sigue abierta porque no se han decidido cuáles tienen que ser sus parámetros. “En mi opinión, más que tener en cuenta unos índices como la cantidad de carbono,  la biomasa y la actividad, una buena forma de saber la salud de un suelo sería ver las funciones que promueve o servicios ecosistémicos, ya que los índices de calidad pueden variar mucho en función de las condiciones edafoclimáticas. En este sentido, la Ley de Vigilancia del Suelo será importante porque sistematizará la monitorización de la calidad de los suelos que hoy es algo muy ambiguo”.

 

La importancia del manejo

 

Si los suelos son tan complejos y al mismo tiempo, determinar su salud tampoco es sencillo, ¿Que se puede hacer para mejorar el microbioma de la tierra? Los dos investigadores del CSIC consultados coinciden en que, de momento, lo mejor es realizar un correcto manejo del suelo.

 

“Un suelo mal manejado no es productivo. En los últimos años percibimos que los agricultores tienen un mayor conocimiento y tratan con mayor respeto al suelo, saben que no es renovable y que de él depende su producción agraria. El manejo tiene que ser más sostenible: con labores poco agresivas para que el suelo sea más un sumidero de carbono que un emisor”, señala Bastida.

 

Por su parte, Martínez García concreta: “No todo vale para todo, por ello soy más partidaria de trabajar con los agricultores a nivel local o regional, para aplicar medidas locales, más que de aplicar soluciones generalistas”, y a continuación enumera una serie de acciones que se pueden combinar en los suelos como: añadir materia orgánica o dejar residuos de cosecha para que se incorporen a la tierra; disminuir los barbechos y apostar por cultivos con cubierta; realizar el mínimo laboreo; rotar cultivos con leguminosas que aportan más nitrógeno a la tierra... “Todas estas prácticas no sólo sirven para mantener bien el suelo, sino que les hacen ser más resilientes al cambio climático. Con una mejor estructura, el suelo aguanta mejor la sequía y va a retener mejor el agua, dos requisitos imprescindibles para afrontar las condiciones del cambio climático”, concluye la investigadora.

 

Asimismo, Felipe Bastida también señala que otra posibilidad para beneficiar la regeneración del suelo es incorporar fertilización orgánica.

 

¿Y los bioestimulantes?

 

La preocupación por la sostenibilidad y salud del suelo, junto a la tendencia a reducir la aplicación de fertilizantes químicos, ha llevado a que muchas empresas pongan a disposición del agricultor un amplio abanico de soluciones bajo un paraguas denominado “bioestimulantes” cuyo objetivo es  beneficiar la tierra y, por tanto, a los cultivos.

 

“Bajo este término parece que se ha creado un 'cajón de sastre' en el que entran muchas moléculas muy diferentes”, afirma Francisco Márquez, doctor ingeniero agrónomo y profesor del Área de mecanización agraria de a Escuela de Agrónomos de Córdoba.

 

Según explica, los bioestimulantes son unas moléculas que benefician a la planta modificando su actividad metabólica. Esto se puede conseguir con diferentes organismos: bacterias, nutrientes, microalgas, y las plantas los pueden adquirir a través de las hojas, de las raíces, del suelo... Usar unos u otros bioestimulantes va a depender de la planta, del suelo, del clima y de los objetivos que se quieran conseguir.

 

Para entenderlo de una forma sencilla, Márquez hace un símil con los humanos: los fertilizantes tradicionales alimentan a la plantas con nitrógeno, fósforo y potasio, garantizan una nutrición básica, como el pan para los humanos. Los bioestimulantes son como los complejos vitamínicos y minerales que se dirigen a paliar las microcarencias.

 

Por ello, el uso y aplicación de los bioestimulantes dependen de muchos factores y si no se tienen todos en cuenta, pueden ser hasta contraproducentes. “Si aplicas un bioestimulante para activar el metabolismo de la planta y potenciar su desarrollo, crecimiento y una mayor biomasa, no lo puedes realizar en una época de sequía, porque entonces conseguirás el efecto contrario y perjudicarás a la planta. En épocas de falta de agua se podrá apostar, por ejemplo, por bioestimulantes que reduzcan su estrés hídrico”, argumenta Márquez.

 

El ingeniero agrónomo afirma que la variedad de bioestimulantes es muy amplia y aunque él lleva aplicándolas desde hace más de 15 años, su proliferación en el mercado y el conocimiento por parte del agricultor se ha disparado en el último lustro.

 

“Sabemos que hay bioestimulantes que funcionan en unos suelos y en unas condiciones, pero en otras no”, concluye Felipe Bastida del CEBAS-CSIC, quien resume: “Para mejorar el microbioma del suelo hay dos vías: el manejo de la tierra y la biotecnología. Es un área muy prometedora en la que queda mucho por hacer”.

 

Salud del suelo, salud global

 

Siguiendo la teoría One Health, que también impulsa la ONU, la salud del suelo y el mantenimiento de su biodiversidad es clave para la salud humana, tanto directa como indirectamente. Los suelos saludables ayudan reforzar las defensas de las plantas y a mitigar el riegos de enfermedades que pueden transmitir los alimentos.

 

Hay bacterias y hongos obtenidas del suelo que se han utilizado tradicionalmente en la fabricación de alimentos, como es el caso de Lactobacillus, Lactococcus y otros géneros en los probióticos. Además, la pérdida de biodiversidad de los suelos podría limitar la capacidad de la industria farmacéutica para desarrollar nuevos antibióticos  y hacer frente a enfermedades infecciosas.

 

Por todo ello, mantener los suelos vivos y sanos va a ser una prioridad cada vez más marcada que, con el tiempo, beneficiará a los cultivos, a los agricultores y a la sociedad en general.

 

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